Impaciencia, según María Bernal

Impaciencia

En su continuo transcurrir, la vida nos desafía sin explicación alguna, primer indicador de querer vivir apresuradamente. Estamos sometidos a una rutina que, por exigencias de la supervivencia, minuto a minuto nos asfixia. Y lo peor de todo es que esta presión diaria nos conduce a tal agotamiento que nos prohíbe poder disfrutar de todo aquello que hacemos en todas las parcelas de la vida. Corremos demasiado para llegar todos al mismo lugar.

La urgencia se ha convertido en la compañera perjudicial de nuestro día a día. Exigimos de manera retórica que el día tenga más horas porque nunca llegamos, y es por esto por lo que consumimos más energía de la que producimos y, aunque el resultado al final es la consecución de un objetivo, es cierto que este en muchas ocasiones carece de agrado o bienestar personal. Es decir, corremos por llegar hasta el final, bien por imposición de inexcusable cumplimiento, bien por querer demostrar ante la gente que uno es capaz de complacer a todos y de leer varios capítulos de un libro al mismo tiempo. Pero, ¿cuál es el final?

La primera opción es demandada por el sistema y ahí poco o nada podemos hacer, como por ejemplo, echar 12 horas de trabajo diarias para poder mantener un puesto de trabajo. Sin embargo, es el segundo argumento el que nos debería de preocupar, porque querer mostrar una realidad, que al final acaba siendo insostenible, supone unas consecuencias nefastas que tarde o temprano tendremos que saldar con el destino; es el momento en el que surgen los incontrolables episodios de ansiedad.

Es la impaciencia la que nos aflige, la que no nos deja realizarnos ni como personas, ni como profesionales, la que nos hace esclavos de la frustración en ese afán de querer ser los primeros en todo. Sí, los primeros, pero ¿para qué tanta premura? Si despacio y con buena letra todo sale mejor. Fito y los Fitipaldis empiezan la canción de Soldadito marinero con un mensaje importante: “Él camina despacito que las prisas no son buenas”, y he aquí una circunstancia de la que hay que aprender para saborear, aprovechar, disfrutar y poder estar orgullosos de todo lo que hacemos, porque entonces, todo habrá salido bien.

Queremos que los hijos aprendan a leer lo antes posible, cuando en esa etapa lo esencial es jugar; queremos que los hijos practiquen un deporte y despunten desde el primer día, cuando lo vital es llevar una vida saludable; queremos que los hijos saquen las mejores notas y para ello se les compara con otros compañeros, haciendo caso omiso a las posibilidades de cada niño y provocando esto una presión en los pequeños, que los machaca con el resultado final de no alcanzar lo que verdaderamente desean; queremos que lleven en danza todas las actividades extraescolares habidas y por haber, obviando que los niños necesitan jugar en la calle y no estar aparcados en un lugar.

Actualmente, todos somos impacientes. Vivimos sumidos en una filosofía hedonista a través de la cual queremos alcanzar desesperadamente todo sin saber lo que verdaderamente significa la palabra sacrificio. Queremos algo y lo queremos al instante, y ante esta inexplicable urgencia, no disfrutamos, mucho menos aprendemos, muchos menos valoramos y mucho menos respetamos. Si vamos a la peluquería, la primera cita, si vamos a un restaurante, la primera mesa, si vamos al médico, el primer paciente, y así en todos los sitios en los que ponemos el pie donde nos creemos imprescindibles e insustituibles y por eso demandamos con mucho apremio.

Y es en este escenario donde las nuevas tecnologías, junto a las luces de las pantallas influyen en lo anterior y alteran todo nuestro sistema, siendo estas el factor que determina la manera que tenemos de concebir el tiempo, un tiempo mal gestionado que nos consume ante esa necesidad imperante de querer mostrar todo lo somos capaces de hacer, aunque sea a prisa y corriendo y no haya sido productivo.

Para más inri, sabemos que a través de las pantallas podemos maquillar la realidad para mostrar un escenario por el que apenas sabemos movernos, pero que de cara a la galería queda perfecto. A tiro de click podemos estar mostrando cómo al mismo tiempo leemos, cocinamos, hacemos deporte  y reformamos la Torre Eiffel, si hay alguna aplicación que nos lo permita. Y en realidad, nada de lo que mostramos o muy poco somos capaces de hacer, porque la celeridad nos prohíbe hacerlo, aprovecharlo y disfrutarlo.

Es la paciencia la que nos va a hacer personas talentosas, la que nos va a proporcionar las mejores experiencias y aunque esta sea amarga, como dijo Rosseau, sus frutos al final serán dulces.

 

 

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